Actualidad nacional e internacional
Nov. 20, 2013Diferentes escenarios de los transgénicos en América Latina
Diecisiete años después de la invasión transgénica a Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay y el sur de Bolivia, los efectos ya se pueden comprobar, “pero no los quieren ver”, alerta el investigador Carlos Alberto Vicente.
La resistencia al avance de los transgénicos en América Latina vendrá de luchas muy particulares y específicas, y el reto es buscar una articulación que no haga perder identidad, señala el investigador y activista argentino Carlos Alberto Vicente, integrante de GRAIN y Acción por la Biodiversidad.
En el área que comprende los países andinos, Centroamérica y México, se ha frenado el avance de los organismos genéticamente modificados, pero el pulso entre las poblaciones y el poder de empresas como Monsanto continuará, alerta el investigador en su visita a México como dictaminador del Tribunal Permanente de los Pueblos (TPP). “La reversión del poder corporativo a nivel global “no se ve a corto plazo, pero este monstruo tiene en sus entrañas el veneno que lo acabará matando: la imposibilidad de un futuro”.
Avance desigual
En América Latina se pueden distinguir dos áreas distintas de avance de los transgénicos, considera Carlos Vicente: el Cono Sur (Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay y el sur de Bolivia), donde “la primera batalla la ganaron ellos, introduciendo los transgénicos”, y la región conformada por los países andinos, Centroamérica y México, donde hay resistencias más fuertes y se ha frenado el avance de las empresas.
En la “República Unida de la Soya” -como la corporación de semillas Syngenta bautizó al Cono Sur hace más de diez años- el cultivo de transgénicos avanza, informa Vicente: son casi 50 millones de hectáreas de soya transgénica sembrada en 2013, y ganan terreno los maíces Rr y Bt como materia prima industrial.
Al mismo tiempo, pondera el integrante de GRAIN, existen resistencias crecientes que denuncian los efectos que trajeron los transgénicos, y resisten a las fumigaciones, a los avances sobre los territorios, a la deforestación y a los nuevos organismos genéticamente modificados. Estas luchas todavía “no logran revertir el poder que adquirieron las corporaciones”, alerta el investigador.
El año 2012 “fue un año bisagra” que saltó las alarmas de las resistencias sureñas, indica Carlos Vicente, pues llegó el derrocamiento del presidente paraguayo, Fernando Lugo, de la mano de los gremios con intereses por introducir los transgénicos, y en Argentina la presidenta, Cristina Fernández, anunció un pacto con la empresa Monsanto: intentó abrir la mayor planta de procesamiento de maíz transgénico de la transnacional, en el municipio de Córdoba, y trató de cambiar la ley de semillas para asegurar las ganancias del gigante de la biotecnología.
“Fue una vuelta de tuerca de los transgénicos, del avance corporativo y del agronegocio, que nos hizo dar la alarma e intensificar las luchas”, relata. Las organizaciones lograron parar la ley de semillas en Argentina.
“Lo que se hace evidente es que, después de 17 años de introducidos en Argentina y de haber invadido a partir de ahí todo el Cono Sur de manera ilegal, se demuestra el fracaso de los transgénicos: siguen manejando las mismas dos modificaciones genéticas –no han obtenido nada nuevo-; no producen más ni mejores alimentos, y son apenas cuatro semillas en el mundo”, pues el 99 por ciento de los cultivos transgénicos en el mundo son soya, algodón, maíz o canola, todos dirigidos a procesos industriales y no a alimentar a la gente, explica el investigador. Además, incrementaron el uso de agrotóxicos.
“Las promesas que hacen desde hace 20 años con la ingeniería genética no se han cumplido”, señala Vicente. “Tenemos los argumentos de que lo que siempre dijimos: que los transgénicos son un riesgo para la salud y el ambiente, que no son necesarios y que son una amenaza para la agricultura campesina y la producción de alimentos en el mundo. Hoy tenemos datos en firme sobre todo esto”, afirma.
En la otra zona de América Latina (países andinos, Centroamérica y México) hay una fuerte presencia de pueblos originarios, el área es centro de diversidad de varios cultivos, fundamentalmente el maíz, y posee un territorio que en su mayor parte no es apto para el monocultivo industrial extensivo que ocupa grandes superficies y necesita grandes planicies, valora Carlos Vicente, por lo que hay resistencias más fuertes a los transgénicos.
Bolivia y Ecuador, por ejemplo, rechazaron los transgénicos, pero la batalla sigue, pues el presidente ecuatoriano Rafael Correa anunció que modificará la Constitución para permitir la entrada de los organismos genéticamente modificados (OGM), matiza Vicente.
“En México, después de 12 años y un enorme poder político desplegado por Monsanto, aún está frenada la introducción de maíz genéticamente modificado; y en Costa Rica, el 80 por ciento de los cantones se declararon libres de transgénicos”, abunda el investigador. En Venezuela, el presidente Nicolás Maduro anunció que buscará promulgar una ley que prohíba los transgénicos, mientras en Colombia sí lograron quebrar la resistencia de los campesinos por las características políticas del país, pero hay zonas indígenas que se declararon libres de ellos, contrasta.
La resistencia en la zona tiene diferentes matices, pero logró hasta el momento detener el avance de las corporaciones, resume Vicente. Y las resistencias se articulan con las experiencias del Cono Sur.
Fuente: foodnewslatam.com