Alimentos Orgánicos
Jun. 10, 2013Chile: productos más elaborados y mercado interno, los nuevos desafíos de los orgánicos
Tanto exportadores como pequeños productores chilenos coinciden en que la normativa actual, la burocracia para certificarse, la falta de políticas públicas de fomento y la escasez de datos estadísticos impiden un mayor crecimiento. Las tendencias del resto de la región ofrecen distintas opciones para crear un modelo de desarrollo propio.
Paloma Díaz Abásolo Su pasión siempre ha sido la leche. Empezó a hacer manjar porque quería darle un valor agregado a su producto, y lo hizo orgánico porque sus abuelos trabajaban así, en forma natural. Fernando Reyes, agricultor de Río Bueno y creador del manjar Cocule, cuenta su experiencia desde un puesto en Viña del Mar en el que está ofreciendo degustaciones de su producto, que vende en frascos de 400 gramos a $5 mil, y que se agota en pocos minutos.
Nunca pensó que la reacción de los consumidores iba a ser tan buena y le sorprende que cada vez sea más fácil encontrar chilenos dispuestos a pagar más por su manjar.
Sin embargo, sacar su proyecto adelante no fue fácil. Lo más difícil no fue encontrar los consumidores, sino que sortear la burocracia. “El papeleo es lo que te achata cuando eres un agricultor orgánico”, admite Reyes.
Para certificar su manjar tardó más de cuatro meses, y explica que algunos productores pequeños han demorado más de un año, porque cuando las empresas que los certifican encuentran algo no orgánico en los predios, el proceso vuelve a partir de cero.
El productor lechero de Río Bueno es uno de los 446 agricultores orgánicos certificados que hay en Chile, y su queja se repite entre los pequeños productores y grandes exportadores, que coinciden en que a pesar de que esa etiqueta les permite lograr un mayor precio, el camino para llegar a vender es empedrado, cuesta arriba y solitario en el país.
La existencia de más de 100 normas internacionales distintas para certificar estos productos, que genera burocracia y un costo alto para quienes quieren exportar a más de un destino, es la principal traba. Sin embargo, también el freno a la producción orgánica chilena pasa por la falta de políticas públicas que impulsen la producción y el consumo de esos alimentos, la escasez de estadísticas y de capacitación a los profesionales.
Temas pendientes
La Ley N° 20.089, que creó en 2006 un sistema nacional para la certificación de productos orgánicos en Chile, dice que las agrupaciones de pequeños productores pueden autocertificarse si tienen un sistema para hacerlo y están registradas en el Servicio Agrícola y Ganadero (SAG), lo que les permite ahorrar el costo de obtener el certificado por parte de una empresa externa.
Actualmente hay tres asociaciones de ese tipo, pero quienes están acreditados por ellas solo pueden abastecer al mercado interno y vender a consumidores finales. Esto molesta a los productores porque no han podido comercializar con supermercados ni exportar, limitando sus posibilidades de crecer.
Ante las críticas y reclamos, el jefe del Subdepartamento de Agricultura Orgánica del SAG, Claudio Cárdenas, explica que cualquier cambio en este punto necesita una modificación a la ley, y asegura que están trabajando a nivel de Ministerio de Agricultura para presentar una indicación y cambiarlo.
Si alguien quiere exportar tiene que certificarse con una de las empresas dedicadas a esto, que son cuatro en el país, y normalmente ofrecen paquetes que incluyen certificación para varios destinos, porque cada mercado tiene sus propias exigencias de entrada.
El costo de certificar un campo como orgánico con estas firmas es variable, pero bordea los $60 mil por hectárea, y se renuevan año a año. Los exportadores reclaman la urgencia de alcanzar acuerdos internacionales que tiendan a una norma única y no obliguen a certificar varias veces una misma hectárea.
En ese sentido, el secretario técnico de la Comisión Interamericana de Agricultura Orgánica (CIAO), Pedro Cussianovich, cree que se deben conformar bloques regionales para facilitar las negociaciones con los mercados más importantes, como Estados Unidos y Europa. “Lo óptimo sería contar con una norma en América Latina, pero también se debe trabajar en fortalecer los sistemas de control para dar confianza de la calidad”, comenta.
Otro de los problemas que reclaman los productores orgánicos es la falta de apoyo del sector público. En un seminario internacional realizado en Viña del Mar, organizado por el SAG, expuso el coordinador nacional de productos orgánicos de ProChile, Nicolás Veloso, quien fue emplazado por productores que aseguraron que la entidad no ha destinado recursos para fomentar la imagen de Chile como proveedor de orgánicos.
En otros países la experiencia ha sido similar y los productores han impulsado la creación de leyes e iniciativas de promoción, donde destacan México y Paraguay, en los que hay planes nacionales, con estructura institucional y programas definidos, especialmente en fomento y capacitación.
Cussianovich reconoce que la participación del Estado en el modelo de desarrollo del tema orgánico en toda América Latina ha sido muy marginal y plantea que, para que en Chile se pueda avanzar es necesario tener estadísticas, que hasta ahora solo han estado en manos de cada empresa. “Los números son el mejor respaldo para elaborar una agenda pública. La voluntad política cambia con ellos”, dice.
En eso coincide el investigador de la Universidad de Santiago, Santiago Peredo. Comenta que “algunos agricultores orgánicos que aplican compost sin hacer monitoreo ni guardar registros, después tienen niveles de materia orgánica tan alta en sus suelos que llegan a ser perjudiciales”, algo que se repite en temas como el control de malezas.
Ante este cuadro, Cussianovich insiste en que se deben destinar recursos a perfeccionar el conocimiento de los profesionales del área, como ocurre en Argentina, y que se transfieran tecnologías desde la agricultura convencional a la orgánica.
Nuevas tendencias
El panorama también muestra nuevas tendencias y oportunidades. Entre ellas está el hacer crecer el consumo en los mercados internos -donde América Latina representa menos del 4% de las ventas mundiales- de la mano de la promoción de hábitos de alimentación más sanos por parte de los gobiernos, en Chile y en el resto de la región, y también para ayudar a los pequeños productores a crecer.
Para eso los expertos sugieren que los productores se enfoquen en iniciativas como el reparto de productos a domicilio, especialmente de frutas y verduras, y en crear restoranes orgánicos.
Por el lado de los exportadores, la dirección va hacia una mayor industrialización, tanto en la elaboración de los productos -que tienen más valor agregado y ya no son solo alimentos , sino también cosméticos, textiles, fármacos e incluso alimentos para mascotas- como en que las empresas tradicionales están transfiriendo capitales a lo orgánico.
Ejemplos de esto hay en Alemania, con Nestlé y los chocolates Ritter, que siguen produciendo sus líneas tradicionales, pero que han incorporado componentes orgánicos. “Ese es un negociazo”, dice Pedro Cussanovich, porque si bien pagan un 10% más por los insumos orgánicos, el precio final de esos productos puede ser hasta 30% más alto.
Esto está llevando, en Europa y en otros países latinoamericanos, a la aparición de intermediarios que juntan la producción de varios agricultores y lo exportan a granel, y a los desarrolladores de marca, que compran estos productos y se preocupan de generar un nombre, ponerlos en el mercado y darles identidad.
El secretario técnico de la CIAO llama a poner atención en esas oportunidades y en otros nichos que ve como promisorios, como los vinos, sector en el cual las exportaciones chilenas crecieron 7,8% entre 2008-2009 y 2011-2012, un aumento que se enmarca dentro de un alza de 52% entre los envíos orgánicos totales del país en el mismo período.
Ese crecimiento refleja lo que ha sido la tendencia global para estos productos, cuyo mercado aumentó 170% en la última década con ventas por más de US$ 62,9 mil millones anuales, como muestra de un cambio de los hábitos de consumo, principalmente en los países desarrollados y de los cuales Chile puede ser un importante proveedor.
“Si quiero hacer lobby lo primero que necesito son números, cuántos productores orgánicos son y dónde están”.
PEDRO CUSSIANOVICH
SECRETARIO TÉCNICO DE LA CIAO
Brasil apuesta por el mercado interno y Argentina por las exportacionesCaminos opuestos tomaron Argentina y Brasil en los orgánicos. El país vecino es el segundo con más hectáreas a nivel mundial y está enfocado en las exportaciones, de las que la mitad son de productos industrializados; mientras que Brasil enfatiza su mercado interno.
El coordinador de producciones orgánicas del Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (Senasa) de Argentina, Juan Carlos Ramírez, cree que Chile puede seguir la vía trasandina en productos como el vino, la lana de ovejas y la acuicultura.
Para impulsar este modelo agroexportador, el año pasado Argentina creó la Subsecretaría de Agregado de Valor, en la que incorporó lo orgánico, y que contempla un plan de tratamiento fiscal diferencial para sus productores y un fondo para promover la investigación y desarrollo. También crearon un logo orgánico nacional y cursos de formación para los asesores agrícolas, además de un plan de apoyo a productores que quieran transformarse en orgánicos.
En Brasil el modelo mira a sus ciudadanos y está apoyado por el gobierno. El coordinador de Agroecología del Ministerio de Agricultura de ese país, Rogerio Dias, asegura que es mejor que las autoridades de Educación, Salud y Agricultura promuevan los orgánicos.
El plan estatal contempla no solo temas productivos, sino también que en la enseñanza básica se incorporen contenidos como la sustentabilidad y que los técnicos agrícolas se capaciten.
Por otro lado, la Ley de Agricultura Orgánica brasileña permite que, además de la certificación por parte de empresas, los productores puedan organizarse, identificar quién trabaja con orgánicos y autorizarlos a vender en forma directa. Para los agricultores medianos contempla sistemas participativos, donde las asociaciones deben hacerse responsables por quienes acredita.
Esto último es parecido a lo que pasa en Chile. Eso sí, Brasil exige a la UE que reconozca estas formas de certificación como válidas.